Que difícil ha de ser desacostumbrarse al poder. Pasar de ser la mandamás en el municipio de Puebla, con un presupuesto de más de 12 mil millones de pesos en tres años –aunque no tengas idea ni sepas cómo ejercerlos– a regresar como una ciudadana más –con gustos más caros eso sí-.
Cuentan que Claudia Rivera Vivanco andaba que no la calentaba ni el sol el viernes 15 de octubre, que mientras el panista Eduardo Rivera Pérez era arropado por la clase política local y nacional en su toma de protesta en el Centro Expositor, ella estaba refugiada en la casa de su mamá en el barrio de San Miguelito, de donde salió en 2018 cuando por un golpe de suerte y gracias a Andrés Manuel López Obrador se convirtió en la primera alcaldesa de izquierda en la capital.
A cada rato, Claudia enviaba mensajes a Leobardo Rodríguez, mientras este lucía incómodo en el Centro Expositor, sobre todo cuando Rivera Pérez y el gobernador Miguel Barbosa coincidieron en destacar que la administración saliente dejó hecho un asco la ciudad y la heredó en manos de mafias.
Con su coraje de ya no poder salir de inmediato a los medios de comunicación a revirar con su soberbia y su sonrisita irónica esa versión a sabiendas de que es verdad, Rivera Vivanco entonces invitó a Leobardo, a su novio Roberto y a otras personas a echar mezcal en la noche, pero solo cuatro personas aceptaron acompañarla.
Eran alrededor de las 11 de la noche cuando llegaron a la mezcalería-bar Marqués del Ángel, ubicado en la calle 5 Poniente en el Centro Histórico de Puebla. Ella vestía un saco verde y un pantalón negro. Su sorpresa fue que cuando intentaron entrar, fueron parados en seco, pues no les permitieron el ingreso.
Palabras más, palabras menos, les pidieron que se retiraran porque ya iban a cerrar, aunque adentro había personas consumiendo. Ni porque se trata de un negocio de los antorchos, aliados de Rivera Vivanco, ni porque –ahora sí– llevaban dinero para pagar los quisieron atender.
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“Ándale, aunque sea una copa”, alcanzó a decir Claudia cuando ya le cerraban la puerta en la cara. Que ironías de la vida, facilitar los permisos a Antorcha Campesina para la operación de este bar en una casona para terminar despreciada de esta forma.
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A diferencia de Claudia Rivera, quien llegó a Palacio Municipal en su toma de protesta en un Vento, pero la abandonó en una camioneta último modelo, Hyundai Tucson 2022, valuada en 659 mil pesos; Karina Pérez Popoca arribó y se fue en la camioneta Ford modelo Escape versión Titanium, propiedad de su empresa familiar, Diecsa.
Esta es una muestra de que hasta entre los morenistas hay niveles de congruencia, desde quienes aprendieron a seguir los ejemplos de frivolidad y fantochería que tanto critican los de la 4T, hasta quienes realmente siguen los principios de su líder moral, López Obrador.
Ni qué decir del nivel de trabajo que realizó cada una en sus municipios. Basta con salir a la calle a preguntarle a los habitantes de la ciudad de Puebla y de San Andrés Cholula. A Karina Pérez la quieren en las colonias y juntas auxiliares. A Rivera Vivanco no la quieren ni ver por el abandono en el que dejó sus calles, sus parques…