La marcha que protagonizaron un grupo de estudiantes de la UDLAP la tarde del viernes es de aplaudirse. De entrada, porque es la primera vez que se observa a jóvenes de la clase alta (en su mayoría) empolvarse los tenis de marca en una protesta como esta.
Segundo, lograron que otros jóvenes, de la Universidad Iberoamericana, del Tecnológico de Monterrey y de la UPAEP, se sumaran, cuando desde siempre han sido antagónicos por lo que representan académicamente, en el deporte, e incluso en la vida laboral.
En el baile de cifras, los entusiastas reportaron que lograron reunir hasta 10 mil manifestantes. Otros, más neutrales, que en realidad fueron 5 mil, otros, 2 mil y algunos que creyeron haber contado universitario por universitario, cerraron la cifra en 300.
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La cantidad que haya sido, fue un buen ejercicio de la libre manifestación y todo sería sorprendente sino hubieran otros intereses detrás.
En esta marcha, muchos de los jóvenes que caminaron bajo los rayos del sol por más de dos horas (de la universidad, ubicada en San Andrés Cholula al Zócalo de Puebla), lo hicieron de buena fe, porque realmente los mueve el interés de volver a la normalidad a su querida escuela, como en los viejos tiempos.
Sin embargo, otros se sumaron y se han mantenido en campamento afuera de la universidad por intereses económicos, pues los Jenkins, sí, los mismos que tienen dos órdenes de aprehensión por un presunto desfalco de 720 millones de dólares a la Fundación Mary Street Jenkins, están financiando esta “resistencia”.
La situación es lamentable únicamente por los estudiantes que quedaron en medio de esta guerra entre el antiguo y el nuevo patronato.
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Si a los Jenkins y a su rectora Cecilia Anaya les importara únicamente el bienestar de los matriculados, ya hubieran aceptado en hacer uso de las instalaciones, pero ha pasado una semana desde que se reabrió la universidad y no han querido regresar a clases presenciales.
Quedó exhibido que lo único que les importa es que Margarita Jenkins de Landa siga reconocida como presidenta del patronato, y no solo eso, con este movimiento intentan presionar para que las autoridades, tanto a nivel local como nacional, olviden las órdenes de aprehensión que están libradas en su contra.
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Veremos quién aguanta más en este jaloneo, porque va para largo. A ver cuántos estudiantes aguantarán las condiciones de dormir en un campamento afuera de la universidad, en tomar simbólicamente una que otra clase en el aire libre, cuando se pagan miles por una educación de calidad que, hoy por hoy, no se brinda.