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Motivaciones docentes: estar para los estudiantes

Columna de Académicos Ibero Puebla: Círculo de Escritores

Imagen de columna de Círculo de Escritores

Por Dra. María Guadalupe Hernández Chávez

La semana pasada inició el periodo académico Otoño 2024 en la Ibero Puebla. Como suele sucederme desde siempre, la noche anterior al inicio de clases sentí una especie de nervios, una ligera inquietud, mucha expectativa y una gran emoción.

Esto no debería sorprenderme, pues me sucede desde hace más de 30 años; sin embargo, no puedo evitar pensar si, después de tantos años de labor docente, sigo “estando para mis estudiantes” y es que “estar”, desde la perspectiva Jesuita, implica un compromiso profundo no solo con su desarrollo académico, sino también con su desarrollo personal reconociendo sus potencialidades y sus desafíos.

Quienes nos dedicamos de tiempo completo a la docencia, no podríamos hacerlo sin la debida preparación, sin la tan mencionada vocación, sin el compromiso ni la pasión que requiere acompañar a un grupo de estudiantes que, expectantes, inquietos y contradictorios, esperan aprender algo útil para la profesión que eligieron (al menos eso es lo que mi mente idealista quiere creer).

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Pero estar para los alumnos también significa promover su crecimiento como personas, guiarlos para desarrollar su capacidad crítica, su creatividad, su sentido ético y su espíritu de reflexión. Todo esto impone, asusta y cuestiona, por decir lo menos.

Y es que estar para los estudiantes implica conocerlos, permanecer atentos a sus necesidades y expectativas; es contribuir a la formación de una conciencia bien informada que les ayude a discernir lo que es bueno para ellos, así como a asumir las consecuencias de las decisiones que tomen.

Implica desde luego comprender la época en que estamos viviendo, sus distracciones, sus miedos, sus incertidumbres. Y también, por qué no, lidiar con su apatía, su desgano o su falta de interés.

No sé cuántos profesores estarán de acuerdo con mi percepción, pero, aunque mis estudiantes son cada vez más jóvenes en relación conmigo, me siguen pareciendo muy similares a aquellos con los que compartí mis primeros años de labor docente.

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Aunque ha cambiado el contexto, los roles, las ideas y la forma de vivir, los estudiantes de hace 30 años y los de ahora, se parecen en varios aspectos fundamentales. Me parece que, a pesar de las diferencias generacionales, los estudiantes necesitan comprender el mundo que les rodea.

Tanto antes como ahora, los alumnos requieren guía, apoyo y alguien que los oriente en su proceso de aprendizaje. Los jóvenes, desde siempre, enfrentan inseguridades, así como desafíos personales y académicos, por lo que la transición hacia la adultez y la búsqueda de identidad son experiencias comunes, independientemente de la época.

A lo largo del tiempo los jóvenes siguen teniendo sueños, metas y aspiraciones y se siguen emocionando cuando descubren algo valioso que les abre nuevas perspectivas, de manera que estar para acompañar estos procesos y contribuir, aunque sea un poco a su crecimiento y desarrollo integral, es retador y emocionante en muchos sentidos.

Dentro del proceso de acompañamiento, sin duda han cambiado las formas, las herramientas, las convenciones sociales, los modos de expresión y el vocabulario, entre muchas otras cosas, pero “estar para los estudiantes” con todo lo que esto implica, depende en gran medida de la voluntad del profesor.

Hace tiempo que los docentes dejamos de ser los poseedores exclusivos del conocimiento, y esto es maravilloso porque nos permite desempeñar mejor otros roles, como el de guías o acompañantes, lo cual contribuye a “estar para los estudiantes” con la tranquilidad y los desasosiegos que le son inherentes.

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Así, las certezas y las incertidumbres, los logros y las frustraciones, las ilusiones y los desencantos siguen motivando mi ser docente, aunque la noche anterior al inicio de una clase, reflexionar sobre todo esto me siga poniendo emocionada, inquieta y nerviosa.

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