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Publicado enOff The Record

Enemigo público #1

Ignacio Juárez

Por décadas, los concesionarios de transporte público en la entidad poblana han sido el gremio con mayor impunidad. El tema no es sencillo, pues confluyen políticas públicas, aspectos técnicos (rutas, unidades, operación), financieros (costos de operación) y hasta humanos (limitantes educativas, la cultura del hombres-camión y el nulo entendimiento del servicio público).

Sin afán de generalizar ni caer en absolutos, hay una línea que atraviesa al “sistema”: la realidad es no hay un sistema de transporte público (incluida la Red Urbana de Transporte Articulado) eficiente ni eficaz para atender a la población.

El sistema de transporte público y movilidad es uno de los factores que definen a una ciudad en el concierto internacional de urbanismo y desarrollo sostenible, resilente, ambientalista y vanguardista. Puebla está muy lejos de todo eso y la estrategia parecería que se basa en la premisa de que el servicio es bueno, mientras permita que haya más corrupción y negocios a costillas de los usuarios.

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Los hombres barbados que vinieron a colonizar Puebla, es decir, los morenovallistas demostraron su fracaso rotundo para lidiar con un tema tan complejo, sin contar que endeudaron por varias décadas al estado y para lograr la operación de algunas líneas, como la 2 de la RUTA, tuvieron que encarcelar a toda la familia de uno de los líderes transportistas, pero dejaron que la corrupta y criminal organización Antorcha Campesina continuara su operación en la zona sur de la ciudad.

Por más que las autoridades intentan meter orden no se ha podido erradicar la realidad evidente: unidades atiborradas, servicio propio de transporte de ganado, conductores que se parecen más a los delincuentes que asuelan a los usuarios que a un trabajador del volante; unidades que tienen menos de 10 años de antigüedad, pero en realidad son cacharros contaminantes e insalubres.

Si hablamos de la atención, lo primero que nos encontramos es a un grupo de conductores que se asemejan a simios frente de un volante, que conducen sin la mínima consciencia de que en sus manos se encuentran las vidas de decenas de pasajeros; jóvenes que apenas arañan la mayoría de la edad y fueron o son integrantes de las pandillas juveniles que operan en las diferentes zonas por donde circulan.

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Es triste reconocerlo, pero la pobreza y todas sus dimensiones están presentes en este servicio: salarios paupérrimos, analfabetismo funcional, integrantes de los deciles con pobreza alimentaria, patrimonial y de ingreso.

En conclusión: nuestro servicio de transporte público representa muy bien quiénes somos como sociedad, nos guste o no.

Estamos muy lejos de gozar con un servicio propio del primer mundo, en el que la movilidad apuesta a una nueva forma de entender las ciudades, los espacios al aire libre, el urbanismo centrado en el peatón y con vías de comunicación inteliogentes, alternativas no contaminantes y que colocan a un lado a los automóviles para dar paso a sistemas articulados que permiten a cualquier ciudadano a trasladarse a sus destinos sin la necesidad de seguir utilizando su latón alimentado por energías fósiles. (Bien lo decía Frank Miller: los autos de hoy parecen más a un máquinas de afeitar que a un vehículo).

Es por todo esto que cuando se escucha a los concesionarios del transporte exigir un aumento a la tarifa es inevitable no sentir rabia y rechazo.

Y aunque el panorama sigue siendo desolador, lo cierto es que cada día más crece una conciencia ciudadana que ha caído en cuenta que al igual que la delincuencia, los violentadores y los corruptos son los enemigos públicos número uno de la sociedad, los concesionarios y todos los involucrados en el servicio están en la misma categoría.

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Así como vamos no estamos lejos de que ocurran paros en demanda de mejor servicio por parte de los usuarios, lo cual será un avance fundamental en nuestra construcción ciudadana.

Ahorita que lo lee parecería un locura, pero el caldo de cultivo cada día es más fértil y más agravios.

¿Esperaremos a que todo se descomponga para que la sociedad salga a la calle? o ¿tendremos la oportunidad de ver cómo las autoridades hacen la búsqueda de una mejor calidad de vida?

La moneda está en el aire.

Por Ignacio Juárez Galindo / @ignacio_angel

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