teatro del pueblo
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José Zenteno/ @PepeZd

Segunda de tres partes

El lector fácilmente podo deducir en la anterior entrega que el populismo es la respuesta que la propia democracia generó ante el debilitamiento de la representatividad del sistema político. La legitimidad del populismo no se la otorga el líder, ni siquiera el pueblo constituido por la retórica, sino el ser un vínculo político surgido de las entrañas de la democracia liberal y que de algún modo se convierte en un medio que regenera la conexión entre los ciudadanos y el poder.

Continuemos explorando los rasgos característicos del estilo populista. En esta entrega analizaremos las cualidades del líder, el lenguaje y la propuesta populista, el uso de significantes vacíos como recursos retóricos que refuerzan la identidad del pueblo y finalmente revisaremos el concepto de hegemonía adaptado al discurso obradorista.

La construcción del liderazgo populista tiene un trasfondo psicológico cuya compresión es muy importante. Ernesto Laclau incorpora la tesis freudiana de la Matriz Teórica Unificada, según la cual todo gira en torno a la noción de identificación entre el concepto del Yo y el Yo Ideal. La interpretación sugiere que en un grupo donde aumenta la distancia entre la concepción simbólica del ser y la idealización imaginaria, se le transfiere al líder las cualidades ideales, lo que produce un incremento en la identificación dentro del grupo. Esto significa que el líder es el factor de identidad del pueblo ya que en el se resumen las cualidades ideales.

El líder populista adquiere las cualidades que cada miembro del “pueblo” le otorga porque él es la representación simbólica de sus aspiraciones y deseos reivindicatorios. A cada ataque que los opositores le propinan al líder populista, los miembros del pueblo saldrán en su defensa, porque creen que ellos personalmente son las víctimas de dicho ataque y no un tercero, eso fue lo que convirtió a Andrés Manuel López Obrador en un candidato invulnerable.

El estilo populista además de confrontar, señalar, dividir y anunciar una crisis, utiliza un lenguaje simple proveniente del uso popular. Lo que identifica al líder populista es el colorido y estridente uso emocional de la jerga popular y el insulto, en contraposición con la conducta propia de la élite, más estructurada y mesurada. A diferencia del discurso tecnocrático que es racional, fundamentado en hechos comprobables y apela a la acción moderada de la negociación y la deliberación, el populista aprecia las soluciones simples que facilitan la acción inmediata.

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El populismo reconoce que su público no cuenta con las habilidades cognitivas para “la deliberación a conciencia” de las opciones políticas y fácilmente se deja imbuir por consideraciones sencillas que simplemente “suenan bien”. El “me canso ganso” es quizá la frase más acabada de esta línea discursiva que denota y connota los arrebatos de un presidente que conoce a la perfección las reglas del estilo populista.

El discurso populista es más complejo de lo que parece. Ningún elemento está colocado por el azar o es resultado de una feliz ocurrencia del líder iluminado por fuerzas espirituales. La capacidad persuasiva del mensaje está soportada por un complejo mecanismo de significantes vacíos que sirven para reforzar la identidad popular. Se incorporan al discurso elementos retóricos cuya significación trasciende a su significado propio para convertirse en emblemas que dan unidad y coherencia al campo popular.

El aeropuerto de Texcoco, la casa oficial de Los Pinos y el avión presidencial son significantes vacíos cuya significación es entendida por el “pueblo” como signos distintivos del antagonista: de la “mafia del poder”, de la “oligarquía corrupta” a la que es preciso derrotar. El avión dejó de ser un medio de transporte del presidente de la República para ser en el imaginario del pueblo, un emblema del abuso y la frivolidad del prian, recuérdese la famosa frase “ese avión no lo tiene ni Obama”.

El concepto gramsciano de hegemonía nos transporta a la discusión filosófica del populismo de izquierda. Antes de abordar ese aspecto central del movimiento de López Obrador, tendremos que hacer una acotación sobre la orientación ideológica del populismo, ya que muchos movimientos políticos que reúnen las características para ser considerados como populistas son de diferente sesgo ideológico.

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Los teóricos señalan que el externo constituyente es el factor clave para determinar la orientación de las reivindicaciones por las que se constituirá el pueblo como actor político; si el externo o el antagonista es de arriba, lo que implica que representa a la élite política y económica, el sesgo del movimiento tenderá a la izquierda porque el pueblo buscará reivindicar condiciones de mayor igualdad; si el antagónico proviene de abajo o de fuera (los inmigrantes, las minorías o los pobres), la orientación ideológica tenderá a conformar un movimiento reaccionario o nacionalista que buscará reivindicar privilegios o condiciones de clase que se consideran “perdidos o robados”.

Lo anterior demuestra que el estilo populista puede adquirir un sesgo ideológico distinto en función de quién o qué sea elegido como el “enemigo del pueblo” en la retórica del líder político. Donald Trump, por ejemplo, eligió a los inmigrantes con énfasis en los mexicanos para identificar al antagónico constituyente del pueblo, ello orientó hacia la derecha conservadora a su movimiento populista, el cual se arraigó entre la población blanca con escasa escolaridad, los inmigrantes que habían logrado legalizar su condición migratoria (quienes no desean competir contra nuevos inmigrantes) y algunas minorías étnicas establecidas en los Estados Unidos.

El significante vacío más relevante en la retórica de Trump es sin duda el muro que pretende construir en la frontera con México.

El populismo de izquierda que propone Ernesto Laclau incorpora como elemento central la idea de hegemonía que planteó Antonio Gramsci. La cual se refiere a la dirección suprema, la preeminencia o el predominio de una cosa sobre otra. Más usualmente se emplea en un sentido político para designar la supremacía de un estado sobre otro u otros. En la concepción de Laclau, representa a la política como “el proceso de institución de lo social”. La tesis central discurre sobre “el carácter hegemónico del vínculo social y a la centralidad ontológica de lo político”.

Esto en palabras llanas significa que para Laclau al igual que para López Obrador, lo político es el factor de poder fundamental en la construcción de la identidad social y desplaza al poder económico que regía en la concepción neoliberal.

El discurso populista para ser hegemónico y lograr desplazar la prominencia del poder económico, se presentó como un símbolo de la superioridad moral del pueblo sobre su antagónico, ante el cual solo corresponde la rendición incondicional del enemigo corrupto y la victoria total de la supremacía del pueblo.

La sensación de superioridad sobre las élites produce un efecto delirante en las huestes del pueblo. En las redes sociales proliferan manifestaciones de ese delirio de poder moral que experimentan miles de ciudadanos después del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador.

Hasta aquí la segunda de tres partes. En la próxima entrega discutiremos la estrategia populista de López Obrador como presidente de México, ya no como candidato.

Foto: Internet

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José Zenteno

Director de MAS DATA. Investigador de percepciones y preferencias públicas.