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Julieta Cerezo

En la escuela nos dijeron que los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años, pero no lo hicieron. En épocas mucho más recientes – los noventa – el autor Michael Crichton, los revivió con su obra literaria Parque Jurásico, misma que inspiró y bautizó a la película homónima que convirtió a los finados reptiles en personajes cool, algo así como en “los Godzilla” occidentales.

En 1993 fue estrenada la película bajo la dirección de Steven Spielberg y ya pasaron 25 años, pero los dinosaurios, al menos para las generaciones “recientes”, nunca se extinguieron. Es más, la semana pasada llegó a las salas de cine la más reciente entrega de este colmilludo universo con Jurassic World: Fallen Kingdom, en la que se mezcla lo mejor e incluso lo peor de todas las cintas que han antecedido a esta revivida saga.

Entre lo mejor, el regreso Owen Grady (Chris Pratt) quien es el Indiana Jones – Star Lord que controla a la temible, adorable, súper e inteligente velociraptor Blue, y el de la ex ejecutiva, ahora activista pro-dinos, experta en tacones, Claire Dearing (Bryce Dallas Howard). Si bien la primera entrega de Jurassic World (la de 2015) tenía prácticamente la misma trama que Jurassic Park, la que ahora está en cartelera añade más “dientes” y momentos emocionales mezclados con las historias de Jurassic Park 2 y 3.

Pero vayamos al pasado – bueno, solo al 2015 – y la llegada de Jurassic World, que consiguió ser la renovación de la franquicia con un remake de la cinta de 1993. Y es que en ambas tenemos a un millonario excéntrico que decidió exhibir a dinosaurios clonados en una suerte de Disneyland no apto para cardíacos pero, como siempre, los intereses económicos de trabajadores de este centro de diversiones llevan a la catástrofe dentro del lugar y su inminente destrucción.

Los “dientes”, es decir, los dinosaurios, se apoderan del lugar y se comen a algunos turistas, también a uno que otro personaje malvado, pero la mayor acción tiene lugar cuando el dinosaurio más sanguinario, que vendría siendo el macho alfa de lomo plateado del mundo jurásico – en 1993 fue el T-Rex y en 2015 la Indominus Rex (una hembra genéticamente mejorada y mezclada) – atemoriza a los protagonistas pues… es su naturaleza. Al final, los humanos (buenos) salen victoriosos de ese apocalipsis cretácico.

Para la segunda parte tanto de J. Park (llamada The Lost World) como de J. World, los dinosaurios son cazados y capturados por intrépidos mercenarios – que curiosamente saben a la perfección cómo operar el traslado y tráfico de estos animales – y son llevados a Estados Unidos, país que tras la amenaza de 1997 en San Diego (California) parece haber olvidado que los dinosaurios y las ciudades no se llevan.

Sin embargo, (spoiler alert) el giro en J. World 2 es que los dinosaurios se esparcen por Norteamérica y hasta anuncian la tercera parte con la llegada de los pterodáctilos a Las Vegas; por cierto, esa nueva película llevará por nombre Jurassic World: Extinction y será estrenada hasta el 2021, aunque por el discurso final de J. World 2 no es claro si se extinguirán los dinosaurios o los seres humanos.

Pero alternando con la acostumbrada acción jurásica, los guionistas imprimieron un leve, pero certero mensaje sobre la genética, los derechos de los productos genéticos y la extinción, además dan el segundo momento más doloroso del cine en lo que va del año – solo después de las cenizas desvanecidas de medio universo Marvel – con la desgarradora escena que anuncia la muerte de un braquiosaurio y el fin de la (ficticia) isla Nublar.

Fotos: Universal Pictures

LA VILLA
Julieta Cerezo

Julieta Cerezo

Reportera con experiencia en medios de comunicación desde el año 2009. Ha sido editora y coordinadora de información.