He despreciado a mi alma; cuando al escoger entre lo difícil y lo fácil, escogió lo fácil. Cuando la vi arrastrándose y debía estar en las alturas. Cuando se equivocó y se conformó con saber que otros también se habían equivocado (Jalil Gibrán)
Al igual que no existe un panadero que venda pan frío, no he conocido hasta la fecha a un gobernante, en los distintos niveles de responsabilidad, que no se haya planteado ser el mejor y hacer el mejor gobierno de la historia de nuestro país.
Y he visto a muchos en cargos de decisión, tener todas las condiciones para lograrlo y desperdiciarlas de la forma más lastimosa por influencias ajenas, miedos, prejuicios o el desconocimiento mismo de saber los alcances de la responsabilidad.
Un día me llamó un presidente municipal para quejarse que el expresidente antecesor estaba muy activo, desinformando a la gente de todos los logros que se estaban teniendo, y no sabía qué hacer, pedía orientación. Solo le dije, “¿qué no es usted el presidente municipal?”
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El buen gobierno es aquel que cuida y mantiene la seguridad, la convivencia, la civilidad y gobernabilidad de la sociedad. Un gran gobierno es el que además de garantizar la seguridad, impulsa la economía y el desarrollo productivo de los gobernados cambiando los indicadores establecidos. Pero la aspiración superior del ejercicio de gobierno debe ser dejar un legado para la posteridad.
Hace ya mucho tiempo que no hemos oído hablar de casos en México, ni siquiera de buen gobierno. Primero, porque es común que el sucesor considere que necesita desacreditar al antecesor para poder afianzarse y, algunas veces, legitimarse al carecer de reconocimiento y autoestima.
En México somos muy dados a escoger al mejor hombre o la mejor mujer para dirigirnos o gobernarnos y terminamos convirtiéndolos en los peores seres humanos. Hay exceso de crítica y carencia de propuesta. Hay ausencia de autocrítica. Hay exceso de prejuicios y reducida cultura de reconocimiento a los demás. La descalificación se nos da con facilidad como deporte.
En México es ya muy común prometer una cosa en campaña y, sin inmutarse, hacer otra ya en funciones. “Como digo una cosa, digo la otra”, es ya una conducta practicada por muchos actores políticos y aceptada por gran parte de la sociedad. “Estos son mis principios, pero si no les gustan, tengo otros”, pareciera que es la enseñanza que se busca heredar a los futuros líderes.
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Y, no se puede hacer ni siquiera un buen gobierno porque muchos gobernantes al ganar transforman su personalidad, se alejan de la gente, dejan de escuchar e inician una carrera en busca de la gloria personal por encima del servicio a la sociedad pensando que los cargos son eternos.
En un país sobre diagnosticado se ha abandonado hace mucho la planeación. Se ha abusado de la concentración de las decisiones gubernamentales con el pretexto de hacer más eficiente la operación y el gasto. Pero, este país tiene 32 entidades federativas, 2 mil 400 municipios, 750 micro regiones, 36 cuencas hidrológicas y más de 400 territorios productivos.
No puede haber siquiera buen gobierno porque los gobernantes quieren resolver todo en un sexenio o trienio y solo salvar su propio periodo; porque ningún problema nacional o regional tiene plazo para atenderse, porque la rotación de funcionarios no supera los dos años en funciones y porque no hay seguimiento ni evaluación de los programas aplicados.
No puede haber buen gobierno, porque hay gobernantes prejuiciados y cargados de rencor que no revisan lo realizado previamente para tomar lo que ha funcionado y modificar o eliminar lo que no sirva. Esto le ahorraría al país muchos años de aprendizajes y miles de millones de pesos tan necesarios para atender múltiples problemas.
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No puede haber buen gobierno cuando el sucesor pierde mucho tiempo haciendo funciones de contraloría, investigando lo mal realizado por el antecesor y perdiendo valioso tiempo para atender su responsabilidad histórica de trascender con un legado.
Cada gobernante debe saber que el poder es para servir a la gente atendiendo sus principales necesidades y reclamos, haciendo un equilibrio entre los deseos y las necesidades de la población, atendiendo lo urgente y lo importante.
Un gobernante debe saber que no importa lo que crea de su gestión, porque lo único que vale son los resultados entregados con base en los indicadores establecidos y por los programas adoptados por la gente para su desarrollo. El único juicio válido de una gestión gubernamental lo hace la sociedad y su veredicto es inapelable.
Para ser un buen gobernante y hacer un buen gobierno, Firdaus Jhabvala refiere que un líder debe tener seis atributos indispensables; un discurso inteligente, imaginación, inteligencia, buena memoria, conocimiento de la ética y conocimiento de la política.
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Sin demérito de gobiernos tan reconocidos como el de Lázaro Cárdenas del Río o Adolfo López Mateos, parece que tener el mejor gobierno de la historia de México, todavía debe esperar mejores tiempos.