“Los corruptos, los que abusan del poder y que se coluden por interés con los grupos privilegiados, son unos traidores”, fue parte del mensaje que lanzó este sábado 10 de abril el gobernador Miguel Barbosa Huerta en el marco del aniversario luctuoso del general Emiliano Zapata.
En su discurso, consideró que este es un buen momento para reflexionar sobre la lealtad y la traición.
Lo dijo no solo por la forma traicionera en la que fue asesinado el caudillo del sur hace 102 años, sino también por el momento que atraviesa su gobierno, un día después de haber dado de baja a Raciel López de la Secretaría de Seguridad Pública.
La lectura de bote pronto que muchos le dan a estos enroques es que Barbosa “se pelea” fácilmente con sus aliados y subordinados, pero estas bajas van más allá de una amistad o de caerse bien, pues el gobernador privilegia el cumplimiento de la ley y a los principios de la cuarta transformación: no robar, no mentir y no traicionar.
¿O debía consentir los negocios sucios que ya hacía Raciel López y su grupito de chiapanecos a costa de los poblanos?, ¿a poco el gobernador debe pasar por alto la corrupción de sus funcionarios?
¡Por supuesto que no!
Y eso es lo que Miguel Barbosa ha demostrado: mano dura contra quien cometa el mínimo error, contra quien cree que puede hacerse millonario aliándose con grupos criminales o grupos privilegiados.
Qué bueno que comenzó a desmantelar la red que creó Raciel López, abusando de su confianza, pues el gobernador creyó en su lealtad de combatir la inseguridad, sin replicar los modelos de negocios de administraciones pasadas como el cobro de cuotas en los penales.
Lo mismo pasó con Guillermo Aréchiga quien pensó que no lo iban a descubrir hasta que pasó, y lo echaron de la Secretaría de Movilidad y Transporte.
En el caso de David Méndez, todos sabemos que abusó de la confianza del gobernador y terminó siendo un desleal, mordiendo la mano de quien le daba de comer.
