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#Viral: Cobran por llorar, plañideras en México

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Llorar a cántaros. Gritar y lamentarse por la muerte de un desconocido. Vestir de negro con velo y rostro afligido. Lloronas, magdalenas y plañideras en México: uno de los oficios fúnebres que, en la ciudad, están a punto de desaparecer.

Las plañideras existen desde hace siglos, milenios. Como muchas de nuestras tradiciones, esta es resultado de una mezcla de muy diferentes culturas. En Egipto era una labor que pasaba de madres a hijas, las mujeres vestían túnicas, el pelo suelto y los pechos descubiertos. En Grecia usaban un velo negro y fueron descritas en las tragedias de Esquilo. Los romanos guardaban las lágrimas y se rasgaban las vestiduras. Mientras tanto, para la tradición Cristiana, el llanto facilita la entrada del fallecido al cielo.

Hasta hace unos pocos años en el pueblo de San Nicolás Tetelco, también conocido como La Conchita, en Milpa Alta, dos mujeres de la tercera edad, Flora y Josefina, acudían a los velorios para llorar. Pocas veces conocían al difunto, pero la presencia de ambas era indispensable para mostrar que quien había fallecido dejaba una huella en la comunidad.

“Era un evento especial para ellas, se arreglaban para la ocasión. No lo hacían en tono de burla, todo era en serio. Llegaban a los funerales, se sentaban cerca del ataúd, muchas veces consolaban a la viuda y otras sólo se ponían a llorar”, cuenta Elisa Lozada, sobrina de la señora Josefina y habitante de La Conchita.

El arte de llorar en funerales es delicado. Más que el dramatismo, explica Lozada, el escándalo tiene que lograr que quien lo escuche se conmueva y piense en el difunto. Por eso tenían que cuidarse de no exagerar o sobreactuar su interpretación.

“Era una cuestión de respeto, estaban acompañando al difunto y a la familia, no iban a hacer teatro. Era una forma extra para ganar un dinero. Mi tía hacía costura y le gustaba ir a la iglesia, ella se hacía cargo de sus papás. Ser Magdalena en los velorios le permitía llevar pan a la mesa”, dice Elisa.

El señor Roque Barros, hoy dueño de un bazar de antigüedades, tenía 19 años cuando su padre falleció, en 1957. La familia vivía en Clavería, alcaldía Azcapotzalco, y recuerda la sensación de entrar a la iglesia, a la misa de su papá, y escuchar el desconsuelo de esas mujeres desconocidas. Entonces había más plañideras en México.

“Escucharlas imponía mucho. Se sentía bien pensar que tanta gente le lloraba a mi papá. Pensaba que eran amigos y familia, pero cuando entré en la iglesia vi que eran mujeres que no conocíamos. Hubieras visto la cara de mi mamá. Ella pensó que eran otras viudas y casi las corre. No sabíamos que mi tío las había contratado para llorar”, cuenta.

Hace todavía algunas décadas, además de plañideras existían mujeres piadosas que se ocupaban de cuidar a los deudos, reconfortarlos; en esa época, cuenta Roque, contratarlas costaba $20, y los deudos pagan $5 o $10 más para que lloraran durante el entierro o el velorio.

“Solo las contrataban quienes tenían dinero y tenía que ser dos o tres mujeres que lloraran para que se escuchara más fuerte, por eso no era algo que se viera en todos los velorios. Si eso pasaba, significaba que el difunto era querido, que era una buena persona”.

Rezar para llegar al cielo

Para unos, rezar reconforta. Otros lo consideran una manera de limpiar el alma de quien ha fallecido, pero al momento de la muerte, las rezanderas son un oficio que da consuelo a las familias, por eso aún hay plañideras en México y en lugares como San Juan del Río, Querétaro, incluso ganan concursos.

“Creo que pasamos de plañideras a rezanderas. Habemos [sic] quienes estamos preparadas en el evangelio y acudimos gratuitamente, pero muchas otras personas se aprendieron el rosario y cuando saben de un fallecimiento ven la oportunidad, van a las casas y se ofrecen para rezar a cambio de $100 o $200”, dice Socorro Novoa, rezandera y catequista.

Ella es parte de la iglesia en Azcapotzalco y al menos una vez acude con un grupo de catequistas para consolar a las familias. Brinda oraciones, palabras de aliento y guía a los asistentes a los funerales, a los rezos de velación y durante los nueve días de acompañamiento de la religión católica.

“Tenemos una dinámica para que los rezos no sean tan pesados y para que la gente participe. Usamos flores, cada persona debe tener una y la entrega al fallecido en medio de canciones y oraciones, quitamos un poco la solemnidad para entregarle a las familias la tranquilidad que necesitan”, cuenta Socorrito, como la conocen los vecinos.

Las penas con pan

La noticia se corre entre la gente del pueblo. Poco a poco la casa de los deudos se llena de amigos y vecinos, las señoras se alistan. No hace falta que nadie las llame, ellas llegan a ofrecer su ayuda, su don para la cocina… es como la evolución de las plañideras en México.

Mole, carnitas, tamales, pollo en salsas verde o roja. Arroz, mucho arroz, frijoles, papas o lo que haga rendir una comida para un centenar de personas. Es una tarea que en los pueblos y barrios de la ciudad dura varios días, por lo menos los tres primeros, que incluyen la velación del cuerpo, y el último, cuando termina el novenario dedicado al difunto.

“Es una costumbre de pueblo que, si alguien fallece, las mujeres ayudemos a hacer las comidas. Nosotras somos del pueblo, llegamos cuando nos enteramos y vemos qué hace falta para apoyar. Así como unas señoras vienen a rezar y acompañar, nosotros nos metemos a la cocina”, dice Lucila Reyes, cocinera del pueblo de Santa Cruz Meyehualco, Iztapalapa.

Las escenas pueden ser curiosas: Un ataúd en medio de la sala o patio y alrededor decenas de personas. Vasos desechables, jarras de café, pan dulce. Personas que recorren la sala con charolas repletas de guisados tradicionales. Tres o cuatro tortillas para cada uno.

Al fondo, un grupo de mujeres se organiza. No lloran ni pasan largo tiempo frente al ataúd. Ellas hacen barullo, reciben la despensa comprada por los deudos, pican verdura y sazonan peroles con litros de caldos y salsas. Lo mismo limpian hasta 10 kilos de piernas y muslos de pollo que retazos de carne de res y puerco. Tienen que alimentar a los presentes.

“En los pueblos todas las personas nos conocemos y así como organizamos las fiestas, también nos apoyamos en la muerte. Lo que nosotros hacemos no es un trabajo, nos ponemos de lado de la familia para agradecer a la gente que se toma el tiempo de venir a despedirse y les aliviamos la carga en un momento difícil”, dice.

Crédito: Chilango

Foto: Internet

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