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Janis Joplin y su legado a 50 años de su muerte

Janis Joplin entró en la inmortalidad el domingo 4 de octubre de 1970, hace 50 años. La encontraron muerta en la habitación 105 del Landmark Motor Hotel (7047 de la Avenida Franklin, Los Ángeles). Estaba grabando el que sería su disco póstumo Pearl, finalmente publicado unos meses después, en enero de 1971. Tenía 27 años. La causa de su muerte permanece, medio siglo después, en discusión: la versión más difundida y aceptada es sobredosis de heroína potenciada con mucho alcohol. Pero como suele suceder en estos casos difusos, florecen otras teorías.

 

No hace mucho, en 2018 en un libro titulado ‘I Ran into Some Trouble’ (Me metí en ciertos problemas) su amiga Peggy Caserta -juntas vivieron la primavera hippie en Haight Ashbury, San Francisco- explicó la razón de la muerte de una manera un poco más compleja. “Estaba acostada con cigarrillos en una mano y un par de billetes de 1 dólar en la otra. Durante años me quedé intrigada. ¿Cómo pudo haber tenido una sobredosis y luego salir, y volver a la habitación? Yo tuve una sobredosis y te desmoronás en el suelo, como encontraron a Philip Seymour Hoffman”, declaró.

 

Caserta, que llegó a la habitación ni bien le avisaron del hallazgo del cádaver, cree que Janis tropezó y se rompió la nariz contra la mesa de luz: murió de asfixia cuando la sangre se acumuló en su garganta.

 

Janis Joplin es un ícono femenino de los 60 porque hizo visible y pública la experiencia de las mujeres en la búsqueda de su liberación individual.

 

Especulaciones al margen, esa mañana de domingo de 1970 se terminó la vida de una volcánica cantante de blues y rock -tal vez la mejor voz blanca en la historia del género. Mujer rebelde, artista dotada y celebridad de corta pero intensa exposición pública, justo en los años en que Occidente se asomó a la irrupción de una generación que quería cambiarlo todo, y pasarla bien. En ese contexto murió.

 

Joplin fue una estrella fugaz pero deslumbrante de ese período de gracia. Vivió rápido y murió joven a los 27 como Brian Jones (Rolling Stones), Jimi Hendrix y Jim Morrison -más acá en el tiempo se sumaron al “club” Kurt Cobain y Amy Winehouse, pero esa es otra historia. También fue la única mujer que se sentó a la mesa de lo que básicamente era un club masculino. Janis Joplin es un ícono femenino de los 60 porque hizo visible y pública la experiencia de las mujeres en la búsqueda de su liberación individual.

 

Caballos salvajes

 

En su historia de vida está la clave de su mítica existencia. Nació el 19 de enero de 1943 en Port Arthur (Texas). Hija de un ingeniero y una secretaria, Janis era la mayor de tres hermanos. Su infancia transcurrió con normalidad pero la irrupción de la adolescencia modificó su cuerpo y su rostro. Unos kilos de más y el acné la alejaron de la popularidad deseada en la secundaria. Las canciones de blues de grandes como Bessie Smith y Big Mama Thornton eran un buen refugio para esa frustración. Se fue de su pueblo y apareció en San Francisco, cuando el caldo hippie comenzaba a cocinarse y tomar sabor.

 

En San Francisco vivió desde el primer momento la frenética transformación del cruce de las calles Haight y Ashbury en un centro de emisión para una revolución cultural. El espíritu de la época se nutría de libros beatniks y de filosofía oriental, pacifismo para oponerse a la guerra de Vietnam, y el terremoto contracultural de las guitarras eléctricas a todo volumen.

 

Todo eso sazonado con generosas cantidades de sustancias psicotrópicas que permitían reenfocar la realidad de una manera atractiva (la psicodelia), definieron un momento único en la historia de la humanidad. Janis aportó a la banda de sonido de esa época.

 

 

Su metamorfosis del patito feo de Port Arthur al pavo real de Haight-Ashbury significó, entre otras cosas, que una mujer que no era convencionalmente bonita de acuerdo al patrón patriarcal vigente aún en esos ámbitos de “libertad”, podía revelar su propia belleza con toda la onda, energía y sentido del humor que mostraba cuando se subía a un escenario a cantar.

 

Literalmente, se caían las paredes: videos de la época permiten apreciarlo. En paralelo, el desenfreno para las drogas y el sexo forzaban la máquina.

 

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Cuando se unió a Big Brother And The Holding Company se supo de la erupción volcánica que generaba su voz. Se consagró en el significativo Festival de Monterey del dorado año 67 y desde ese momento, se convirtió en una estrella. El disco Cheap Thrills de 1968 captura la energía y el dolor -la fórmula del átomo- que tenía su manera de cantar. La comprobada idolatría que tenía por Bessie Smith y Otir Redding -dos de los grandes cantantes negros de todos los tiempos, cada uno en sus registros respectivamente- confirman esa sensación.

 

Ella pasaba de arrastrar las palabras hasta el umbral del llanto durante un blues hecho y derecho como “Cry Baby”, a una contagiante sensación de ganas de vivir -una manada de caballos salvajes en la garganta- como la que transmite en “Mercedes Benz”.

 

La Rosa

 

Lo más cercano a un biopic de Janis Joplin fue La Rosa (Mark Rydel, 1979), que narraba la historia de una cantante de rock marcada por el éxito, las drogas, el alcohol y el sexo en una narración bastante convencional pero aún así, atractiva. La pelí­cula supuso el debut de Bette Midler (el papel de su vida, a pesar de todo lo que vino después para ella). Fue premiada con dos Globos de Oro (“mejor actriz” y “revelación”), fue nominada al Oscar y recibió además un Grammy por la canción “The Rose”, que también ganó un Globo de Oro pero que, curiosamente, no figuró para los Oscar.

 

Originalmente la película se iba a llamar Pearl, apodo de Janis y título del disco póstumo. Hubo algún tironeo con la familia por los derechos de la historia, y Bette Midler consideraba que era demasiado pronto luego de ocurrida la muerte, como para contarla en una película.

 

Se reescribió el guión con la guía de Midler, se eliminaron algunas partes del original directamente relacionadas con Janis y se “embellecieron” otros momentos. Aún así la película fue, en su momento, impactante porque no había habido muchas que contaran una historia tan fascinante: la chica de pueblo, ignorada e impopular, que sin embargo se impone con el sentimiento único de sus interpretaciones de rock y blues.

 

El documental

 

Mientras se estira el tiempo de espera para una verdadera (y autorizada) biopic cinematográfica -hace unos años se hablaba de Amy Adams para el papel-, el documental Janis: Little Girl Blue (2015) resulta el más certero retrato personal hecho hasta ahora.

 

Hablan los hermanos de Janis, Laura y Michael, músicos que la acompañaron (Dave Getz), otros músicos de la época -Bob Weir (Grateful Dead), McDonald (Country Joe), Kris Kristofferson-, ex parejas, críticos musicales y otra gente cercana, todo narrado por la cantautora estadounidense Cat Power.

 

Resalta en su desarrollo el material de filmación del Monterey Pop Festival de 1967, realizado nada menos que por D.A. Pennebaker -autor del magnífico Don’t Look Back, sobre Bob Dylan.

 

Pennebaker declaró en su momento que no tenía permiso para filmar a Janis, pero que había quedado tan impresionado escuchándola cantar “Ball and Chain” que le dijo al mítico manager Albert Grossman (el de Dylan), que sin ella el documental del festival quedaría incompleto. Así se puede ver, entre otros, a Cass Elliot (The Mamas and The Papas) especialmente impresionada con lo que hacía Joplin sobre el escenario.

 

El filme ahonda en esas contradicciones de vida que la atormentaban, aún en los tiempos de esplendor. Es un buen relato de la aventura vital de una mujer que se sintió distinta desde joven, que huyó del cerrado entorno reaccionario en que fue criada y que -otra más- se consumió en su propio fuego en un tiempo propicio. El retrato fílmico se vale en particular de una amplia colección de cartas a su familia, amigos y amantes, que hasta ese momento permanecían inéditas. Allí emerge la Janis que permanecía debajo de la piel de la diosa del rock, el sexo y las drogas que cantó hasta que no pudo más.
 

Crédito: Infobae 

Por: @MTPNoticias 

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