Alfredo Ramírez
Una llamada la tarde del 29 de agosto cambió los planes de Guadalupe Flores y María del Rosario Rodríguez, quienes un par de años atrás habían migrado a Estados Unidos para poder pagarle una carrera a su hijo mayor: Ricardo.
Uno de los motivos por los que los orilló a viajar de ilegales al vecino país, también fue el que los hizo regresar, a pesar de que no entendían cómo un grupo de pobladores de San Vicente Boquerón, en Acatlán de Osorio, había quemado vivo a Ricardo y a su tío Alberto.
¡Justicia!, fue el clamor de estos padres de familia la tarde del viernes en el entierro de ambos familiares. Exigen que las autoridades no solo detengan a quienes les rociaron gasolina y prendieron fuego, sino también a aquel campesino que estuvo aplaudiendo y filmando el momento de la barbarie.
“Mataron a mi hermano, a mi hijo, sin tener culpa de nada”
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Ricardo estudiaba la licenciatura en Derecho en la ciudad de Xalapa, Veracruz y sus padres les mandaba dinero para poder subsistir pero había venido de vacaciones a su pueblo, Tianguistengo. Ese 29 de agosto aceptó acompañar a su tío Alberto Flores a San Vicente Boquerón –una comunidad cercana a su lugar de origen- para la compra de material de construcción, cuando fueron confundidos como “roba chicos”.
“Mataron a mi hermano, a mi hijo, sin tener culpa de nada, sin tener pruebas. Han destruido a toda mi familia, esta es mi hija chiquita. A mi otro hijo también lo iban a linchar porque metió las manos por él”, narró Guadalupe durante el entierro.
No pudo ni siquiera reconocer a su primogénito para despedirse de él, pues Ricardo quedó incinerado.
Cuando Guadalupe, su esposa y su hija pequeña regresaron el jueves a su comunidad, encontraron los restos de Ricardo en un ataúd blanco.
Con un “ya no lo voy a ver chingada madre”, María del Rosario Rodríguez, esposa de Guadalupe, sacó su coraje y recriminó a sus paisanos de Acatlán de Osorio de haberse convertido en asesinos.