Ángel D. Becerra Juárez
La imagen urbana del Paseo Bravo es de un sitio turístico en el que se puede oler aceite de varias freídas de papas, tacos y cemitas. De repente pasan las ratas entre los pies de las personas, que se refugian entre los maceteros.
Las lajas del piso están cuarteadas, hay que esquivar los cables sueltos para no accidentarse. Los graffitis, las lámparas estropeadas y los carritos de puestos ambulantes se incluyen a este paisaje.
A todo esto se suma la inseguridad. Vándalos recorren los pasillos del Paseo Bravo para arrebatar mochilas, celulares, carteras, aretes a quienes caminan sobre todo por la mañana o al anochecer. Raramente se encuentran policías recorriendo el sitio.
La manutención de este parque resulta millonaria. Hace unos días el ayuntamiento de Puebla reportó que hará una inversión de 60 millones de pesos para rescatar este sitio y el Parque Juárez (30 millones para cada centro turístico).
Sus antecesores olvidaron el mantenimiento de este lugar. La última vez que fue rehabilitado ocurrió en el año 2010 en la administración de la presidenta municipal Blanca Alcalá Ruiz (periodo 2008-2011).
La gestión de la entonces alcaldesa invirtió 19 millones de pesos para cambiar las lajas del piso y las luminarias. Ocho años después este lugar está completamente abandonado.
Al caminar puede uno encontrarse volantes pegados en muros o postes. Sentarse en una de sus bancas permite ver las fuentes oxidadas por las que ya no corre agua.
La administración del edil Luis Banck va a invertir 30 millones de pesos para convertir las inmediaciones en un lugar familiar y con fines turísticos.