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Acultzingo: la capital del robo de trenes

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A unas cuatro horas de viaje al sureste de la Ciudad de México se encuentra el municipio de Acultzingo, en Veracruz.

Es un lugar pequeño, empobrecido y polvoriento acurrucado contra los escarpados picos de la Sierra Madre. La mayoría de sus habitantes trabaja la tierra para ganarse la vida. Cultivan maíz y aguacates y crían ganado y cerdos. También roban trenes. Muchos trenes. Tantos, de hecho, que Acultzingo no es solo la capital del robo de trenes de México sino, posiblemente, del mundo.

Solo en los últimos 12 meses, se cometieron 521 delitos contra trenes de carga en el pueblo. Y una parte de esos incidentes no guarda ninguna semejanza con los pequeños delitos corrientes vistos en las ciudades más grandes del norte de México, como el destrozo de un vagón de tren o el robo de señales de ferrocarril.

No, aquí se trata de crímenes enormes y coreografiados que a menudo empiezan con un truco de baja tecnología que se remonta a los días del Salvaje Oeste —llenar las vías de piedras— e involucran a pequeños ejércitos de ladrones que se lanzan en olas sobre los vagones descarrilados para arrebatar el botín.

Han robado tequila, zapatos, papel higiénico, llantas, todo lo que pudieron tomar. Un incidente particularmente violento, en el cual descarrilaron decenas de vagones unos pocos kilómetros al este de Acultzingo, significó para el gigante ferroviario Grupo México Transportes más de 15 millones de dólares en pérdidas.Y en las oficinas de Mazda Motor en la Ciudad de México, los ejecutivos se hartaron de escuchar cómo quitaban piezas de sus vehículos y comenzaron a enviar a algunos de ellos a través de la región por carretera.

Las fuerzas de seguridad están tan abrumadas por la gran cantidad de atacantes, dice el analista de riesgo político Alejandro Schtulmann, que prevalece una sensación de impunidad en el área. “El problema no para de empeorar”, dice Schtulmann, que dirige la consultora EMPRA, con sede en la Ciudad de México.

Es este tipo de anarquía extrema lo que ha llevado a algunos observadores de México a preguntarse a veces si el país es una especie de Estado fallido que lucha por gobernar la totalidad de su territorio.

Los homicidios alcanzaron un récord. Los secuestros también van en aumento. Reprimir estos delitos, al menos en cierta medida, pronto será tarea de Andrés Manuel López Obrador, el líder populista que arrasó en las elecciones de este mes en parte por su promesa de restaurar la ley y el orden.

El brote se concentra principalmente en el sureste de México, en Veracruz, donde se encuentra Acultzingo, y en el vecino estado de Puebla. Todos los ingredientes están ahí: la pobreza es desenfrenada, las montañas proporcionan cobertura natural y un suministro constante de cargas destinadas a la exportación atraviesa el corazón de la región camino al puerto cercano de Veracruz.

Para el México corporativo, la situación se está convirtiendo en un dolor de cabeza cada vez mayor. Eduardo Solís, el jefe de la asociación de la industria automotriz del país, la calificó de “simplemente inaceptable” en una conferencia de prensa el mes pasado.

Audi, que envía hasta 3 mil 300 automóviles por día al puerto de Veracruz desde su planta en Puebla, dijo que los robos han tenido un “gran impacto” en sus operaciones de distribución. “Cada auto que fabricamos tiene un cliente que lo espera”, afirmó.

Crédito: El Financiero

Foto: @SergioyLupita

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