Para ser un buen gobernante y hacer un buen gobierno, Firdaus Jhabvala refiere que un líder debe tener seis atributos indispensables: un discurso inteligente, imaginación, inteligencia, buena memoria, conocimiento de la ética y conocimiento de la política.
Pocos gobernantes entienden que la política, es unión, y el poder, es para servir a la sociedad que representan, para resolver los principales problemas de la gente, facilitar las actividades económicas, proteger el medio ambiente, mover las estadísticas, impulsar el progreso de los pueblos y, transformar realidades sociales lacerantes como la pobreza y la desigualdad.
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Muchos actores políticos se sienten dueños de la verdad, no aprendieron a escuchar otros puntos de vista. Una vez instalados en el poder se transforman en una persona distinta, creen que serán eternos y piensan que pueden hacer y deshacer a su antojo.
Creo en la verdadera política, la del servicio a los demás, la que está por encima del interés y ambición personal, en la que se cumplen los compromisos que se establecen y se valora la lealtad. Al margen de ideologías, considero tener la capacidad para reconocer cuando alguien hace bien las cosas y decirlo; y también cuando las hace mal. No se me da el halago falso.
Conocí a Sergio Salomón Céspedes hace más de 15 años, he hablado con él en no más de 10 ocasiones. No es mi amigo y desde que asumió como gobernador de Puebla, ya no he tenido la oportunidad de saludarlo, se perdió la comunicación. Creo que su número telefónico cambió.
Lo anterior no modifica en nada mi opinión sobre su desempeño en esta gran responsabilidad al frente del poder ejecutivo estatal de Puebla. Y sin “barberismo”, antes de iniciar un nuevo proceso electoral, quiero dejar sentado mi reconocimiento a su gran labor de gobernar para todos, con gran cercanía y acciones reales de conciliación para unir a los poblanos.
En solo 8 meses de su gobierno, se ha observado un cambio radical que ha borrado con gran rapidez lo realizado por su antecesor (QEPD), en los últimos tres años. Se retomaron con éxito las visitas del gobernante a las diferentes regiones y municipios, como la vía más efectiva para conocer la realidad y problemática de nuestro estado. Se empezó a escuchar y atender realmente a las personas.
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Se dejó de confrontar a las organizaciones sociales, productivas y empresariales, para crear lazos de entendimiento y unidad en la atención de las necesidades del estado. También se ha eliminado el “Ellos” y el “Nosotros” del lenguaje diario. Se observa un trato distinto con los medios de comunicación, las iglesias y las organizaciones políticas. Ya no hemos visto regaños en público a funcionarios, ni que su permanencia dependa del ánimo con que amanece el gobernador. Hay inteligencia emocional.
Ya no hemos sabido que a cada rato se integren expedientes contra opositores, disidentes o personajes incómodos al poder. Y espero que no haya en este gobierno, descuidos financieros como la inversión en un banco en quiebra o el olvido del pago de impuestos a la Secretaría de Hacienda, que dañan al estado.
Actualmente vemos a un gobernador que hace su tarea y ya está calificado entre los tres primeros gobernadores del país, en donde a Puebla se le ubica como un estado por arriba del promedio nacional en atención a conflictos laborales y avanzando en la construcción de obras prioritarias.
Aprendí a reconocer las virtudes, aciertos o circunstancias de los demás. Y para evitar algún sesgo en la valoración hecha en esta columna, recordaré que competí contra Miguel Barbosa en la elección extraordinaria de gobernador en el 2019, en la que salió ganador, con el apoyo de muchos destacados priistas.
En ese proceso fui el primero en reconocer que las tendencias no me favorecían y,, en consecuencia, lo comuniqué públicamente a las 20:30 horas del día de la elección. Y, considerando que la judicialización del 2018 había hecho perder mucho tiempo al desarrollo del estado, tomamos la decisión de reunirnos con el gobernador electo para manifestar nuestro apoyo y desearle éxito en su gestión. Después de ello, ya no lo volvimos a ver.
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El buen gobierno es aquel que cuida y mantiene la seguridad, la convivencia, la civilidad y gobernabilidad de la sociedad. Un gran gobierno es el que además de garantizar la seguridad, impulsa la economía y el desarrollo productivo de los gobernados, cambiando los indicadores establecidos. Pero la aspiración superior del ejercicio de gobierno debe ser dejar un legado para la posteridad.
Revisar y evaluar lo realizado previamente para tomar lo que ha funcionado y modificar o eliminar lo que no sirva, es una práctica poco común en el ejercicio de la administración pública. Algo impensable en la alternancia partidista actual.
Al término de las responsabilidades públicas podemos tener nuestros propios datos y conclusiones, pero el único juicio válido de una gestión gubernamental lo hace la sociedad y su veredicto es inapelable.