Cada año ingresan más de 100 mil estudiantes a las instituciones de educación superior de Puebla y solo egresan 54 mil, según la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (Anuies), citados por Daniela Hernández, en El Sol de Puebla, 2023.
Solo tenemos una oportunidad de preparar a nuestros jóvenes para un destino que nadie puede predecir. ¿Qué estamos haciendo con esa oportunidad?, pregunta Stephen Covey en su libro ‘El líder interior’.
Y sin temor a equivocarme, en México estamos haciendo muy poco a este respecto. La ideología ha contaminado la educación. No termina de aprobarse una reforma educativa, cuando ya se está preparando su derogación y la presentación de una nueva. Parece un cuento sin fin.
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El problema educativo mexicano pasa por la falta de revisión de contenidos en los que no están las necesidades de las familias ni las de los sectores productivos, hay un exceso de teoría y escasa práctica, no hay formación para la vida y el trabajo. Faltan políticas de educación no formal para quienes no pueden seguir la escuela. La capacitación a emprendedores es muy discrecional en los tres órdenes de gobierno.
He compartido antes, que el sistema educativo nacional tiene tareas pendientes con la sociedad.
Las principales son: la insuficiente educación cívica, alimentaria y nutricional, financiera y ambiental. Y si alguien tiene dudas solo revise los niveles de convivencia, inseguridad, desnutrición, obesidad, pobreza y el deterioro ambiental que a nadie importa.
Más grave aún, es la omisión de los padres y la escuela en la orientación vocacional de nuestros jóvenes que están eligiendo su destino sin ningún conocimiento de sí mismos, entre los 12 y 21 años de edad, según diversos autores.
Cierto es que muchos padres que no fueron a la escuela tuvieron limitaciones para orientarnos. Otros, se excedieron pretendiendo o imponiendo lo que debían estudiar y hacer sus hijos, sin saber que, como escribió Jalil Gibrán, en ‘El Profeta’, “nuestros hijos no son nuestros, podemos darles la vida, pero no nuestros pensamientos, porque ellos tienen los suyos”.
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La deserción escolar ha sido un fenómeno recurrente desde hace décadas. Las primeras razones son de carácter económico, la falta de recursos ha limitado asistir a la escuela. Pero también la falta de una orientación adecuada sobre qué estudiar, la inseguridad prevaleciente o el bullying escolar han tenido efectos determinantes.
En 1975 ingresamos mil 350 estudiantes a la preparatoria de la Escuela Nacional de Agricultura, y continuamos la carrera de ingeniero agrónomo en la Universidad Autónoma Chapingo, creada en 1978.
Pero de éstos, sólo egresamos 720 estudiantes. No tuve elementos para explicarlo ya que el 90 por ciento tenían becas. Muchos dijeron que no era lo que esperaban; otros comentaron que sus padres los habían enviado para luego continuar la actividad familiar.
Con los datos anteriores y otros estudios podemos asegurar que el problema de la deserción escolar es muy antiguo. No se ha resuelto y, por el contrario, parece que ha crecido.
Varias son las razones de la deserción escolar. Elegir erróneamente la carrera y decepcionarse de la misma, es la principal justificación de abandono estudiantil en el primer año, de acuerdo con Alfonso Díaz Furlong, director de Admisiones y Seguimiento Académico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), según la misma fuente.
Todos los padres desean lo mejor para sus hijos, pero muchos no saben cómo lograrlo. Hay imposiciones de carreras, seguir una tradición o aprovechar las relaciones existentes, los libros, uniformes, equipos o hasta decidir en función de expectativas económicas entre las diversas profesiones.
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El adecuado acompañamiento en la elección de oficio o profesión es algo en lo que frecuentemente fallamos los padres, pero la ausencia de una verdadera orientación vocacional es una tarea pendiente del sistema educativo nacional. No invertir en ayudar a los jóvenes a decidir mejor, ha sido motivo de frustración personal, pérdida de tiempo y recursos, así como motivo de rezago social evidente.
La orientación vocacional que recibimos no pasó de informarnos qué carreras había, dónde se podía estudiar o trabajar al egresar.
Pero la orientación vocacional que se requiere es aquella que ayude a nuestros jóvenes a saber qué les gusta y en qué son buenos, cuáles son las necesidades socioeconómicas, tecnológicas y ambientales, actuales y futuras. Ya elegida una carrera se requiere orientar a los estudiantes sobre la aplicación práctica de cada materia y la atención a problemas de las familias y la comunidad. Evitar materias inútiles que no aportan nada.
Para saber en qué son buenos hay pruebas científicas que sería recomendable apoyar para no decidir un destino a ciegas.
Deepack Chopra en su libro Para ser el mejor, recomienda ayudar a los jóvenes a identificar en qué son buenos, dedicarse a lo que les gusta y no competir contra nadie más que contra uno mismo. Así podrán destacar y ganar dinero. Hay mucha gente haciendo trabajos que no quieren, solo por necesidad.