Considerando que nunca hubo una necesidad tan urgente de revivir los ecosistemas como ahora, y con la finalidad de prevenir, controlar y revertir la pérdida de los recursos naturales, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), a través del Programa Ambiental establece la Primera Década de Restauración de Ecosistemas 2021-2030.
El programa Ambiental de la ONU señala que los ecosistemas son la base de la vida en la tierra, y de su salud dependen la salud del planeta y su gente. La restauración de los sistemas ecológicos puede ayudar a revertir la pobreza, combatir el cambio climático y prevenirnos de la extinción. Pero esto solo podrá suceder si en cada país, cada uno hace su parte.
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En México, la realidad ambiental del sector agroalimentario, en sus más de 5 millones de unidades económicas agrarias, se caracteriza por una cultura productiva con gran tendencia extractiva de los recursos naturales, que retribuye muy poco a la tierra y a los ecosistemas donde se practican ganadería, agricultura, pesca, minería, artesanías, actividades forestales y cinegéticas.
Cada uno de los asentamientos humanos rurales de nuestro país, que suman más de 196 mil, tienen como su principal fuente de alimentos y recursos a la caza, la pesca, el pastoreo libre de animales, la extracción de leña, madera, tierra, minerales y recursos pétreos. Luego, están la agricultura y ganadería con métodos extensivos poco tecnificados, principalmente por la ausencia de servicios técnicos; y son la extracción de leña, la pesca y la caza, las fuentes más inmediatas de recursos para las necesidades familiares, así como la migración.
Los suelos agrícolas mexicanos se encuentran en grave problema de erosión, pérdida de fertilidad, reducción de su capacidad para retener humedad y niveles de materia orgánica cercanos a 1 por ciento, cuando deberían tener 3, e idealmente 5 por ciento.
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En los últimos 70 años perdimos más de la mitad del agua disponible por cada mexicano: de 11 mil metros cúbicos por habitante al año, en 1950, pasamos a tan solo 3 mil 692 en la actualidad, y se estima que para el año 2030 llegará a 3 mil 500 metros cúbicos.
Esto demuestra que disminuye la disponibilidad del vital líquido, pero se incrementan las necesidades del mismo debido los aumentos poblacionales y la presencia de sequías cada vez más frecuentes, especialmente en los últimos cuatro años.
También, hay un reducido nivel del tratamiento y reutilización de aguas residuales de los centros de población. La infraestructura instalada para tratamiento de las aguas residuales en México tiene una cobertura de 63 por ciento, pero la mitad no funciona principalmente por falta de recursos económicos para la operación.
Asimismo, perdimos más del 90 por ciento de la pesca ribereña de ríos y mares, en los océanos sacaron ya la mayoría de las grandes especies, y si bien la acuacultura, con un crecimiento anual cercano al 20 por ciento, viene cubriendo el abasto piscícola, el deterioro de ríos y mares sigue avanzando. Por su parte, la pesca incontrolada practicada con artes inadecuadas redujeron la actividad como opción económica para las propias familias ribereñas.
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En tanto, el pastoreo libre e incontrolado en pastizales y áreas naturales que se hace en las comunidades, provocó la alimentación del ganado a muy bajo costo, pero a un incalculable costo ecológico debido a la deforestación, erosión del suelo y pérdida de las fuentes de agua para las propias comunidades. El producto obtenido no compensa el daño generado.
De igual forma, en las zonas de agricultura intensiva como hortalizas, frutas y frutillas, aguacate y cultivos de alto valor, la extracción de agua, la contaminación con agroquímicos y la generación de aguas residuales derivadas de la agroindustria, son los problemas predominantes.
Por esto, el llamado de la ONU es más que oportuno para sensibilizar a los tomadores de decisiones y a la sociedad, para cambiar la forma de realizar las diferentes prácticas productivas agroalimentarias e industriales.
La aplicación de políticas públicas en agricultura, ganadería, pesca, vida silvestre y silvicultura, para adoptar prácticas regenerativas, es una cuestión de productividad sustentable y sobrevivencia.
Experiencias propias a lo largo de las últimas dos décadas demostraron la importancia de ordenar el aprovechamiento de los recursos naturales a través de unidades de manejo y administración de la vida silvestre (UMAS), como en el rescate del venado cola blanca en la Mixteca poblana.
Aplicar acciones de rescate de la pesca ribereña para la recuperación de la población pesquera, con acciones de organización y capacitación de pescadores sobre épocas de reproducción, veda, uso de artes de pesca y control de contaminación, ha mostrado también sus bondades en ríos de la Sierra Norte y Nororiente poblana.
Acciones de tecnificación básica de la ganadería con praderas, abasto de agua, manejo reproductivo, conservación de forrajes, sombra para el ganado y mejores prácticas pecuarias para una mayor productividad, han sido comprobadas en la mixteca también en el estado de Puebla.
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La adopción de la agricultura de conservación por productores de sorgo de la región mixteca de Puebla, en el año 2000, dio como resultado pasar de 4 toneladas por hectárea a 9.5 toneladas por hectárea, en 2010, cuando ya tenían suelos con más humedad, materia orgánica y microorganismos.
Tratamiento y reúso de aguas residuales en riego agrícola como en San Martín Texmelucan, o proyectos de agricultura protegida y tecnificación del riego en varias partes del estado de Puebla, son claros ejemplos de que la ONU Medio Ambiente puede tener eco en su propuesta si en cada país, cada uno hace la parte que le corresponde.