La pandemia del coronavirus nos obligó a replantear nuestra concepción del mundo y adaptarnos a las nuevas exigencias que como sociedad tenemos; por un lado los que se encuentran en el frente de batalla y “los otros” donde tenemos que adecuarnos y en ocasiones lidiar con las nuevas formas de comportamiento.
En nuestras actividades como sociedad, existió un fenómeno ‘fantástico’ (y me refiero al elemento cuasi mágico que trastoca cualquier discurso ‘realista’) y, fue a través de esta irrupción donde el quehacer personal, familiar, como sociedad e inclusive como ejercicio ideológico y de políticas emergentes de Estado empezamos a buscar los mecanismos de adaptación que como sociedad necesitábamos.
El INEGI afirma que “de las 126, 014,024 personas que residen en México, en 2020 hay 35, 219,141 viviendas particulares habitadas; el promedio de ocupantes por vivienda mantiene una tendencia decreciente: de 4.4 ocupantes en 2000, para 2010 pasó a 3.9 ocupantes y en 2020 en 3.6 en donde el 51.2% corresponde a mujeres y 48.8% a hombres y, que la edad mediana en nuestro país es de 29 años”.
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Estos espacios o viviendas, se volvieron la única alternativa para poder actuar como ‘zona segura‘ contra el virus SARS-CoV-2; pero en la realidad provocó un incremento en la violencia intrafamiliar; el encierro, la restricción a la acostumbrada movilidad, la incertidumbre, el miedo, detonaron el estrés y la angustia por la situación económica aunada a las nuevas plataformas educativas.
Todo ello causó situaciones complicadas para los integrantes de las familias; muchos ya mostraban problemas de salud sumando los crecientes discursos de violencia pues la ‘nueva normalidad’ tuvo y sigue teniendo consecuencias físicas, psicológicas y comunicativas donde el escenario para muchos se volvió desolador.
El término de violencia, lo podemos entender como “toda conducta o amenaza que se realiza de manera consiente y que causa daño físico, psicológico, sexual o económico” (sic) y de ahí pudiéramos agregar el objetivo de que dicha acción violenta invita a un acto de ejercicio de poder contra una víctima, en este caso contra la mujer.
Es por ello que, retomemos la idea de Dubravka Šimonovi? relatora especial de la ONU sobre la violencia contra la mujer, sus causas y consecuencias cuando hace referencia que:
“las mujeres vivimos una pandemia de violencia que no se abordó adecuadamente en una gran cantidad de estados; el aumento de la violencia contra las mujeres y las niñas se ha reflejado en una reacción política contra la convención, el primer marco internacional legalmente vinculante para prevenir la violencia doméstica, proteger a las sobrevivientes y promover la igualdad”.
Las estadísticas de México no son alentadoras, la violencia de las calles se trasladó a las casas, y de ahí que pudiéramos afirmar que de ese 51.2% de mujeres mexicanas, un considerable porcentaje son víctimas de una doble pandemia: la sanitaria y la de violencia en razón de género.
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La organización México Unido contra la Delincuencia (MUCD) reportó que en los primeros cinco meses de 2021 se han abierto diariamente 717 investigaciones por violencia familiar y de género. Las autoridades han reconocido que existe un incremento en el número de feminicidios (el 7.1% y se han llevado a cabo 423 asesinatos contra mujeres de enero a mayo del 2021, rebasando así la cifra de 395 casos durante el 2020).
La tarea de las autoridades y colectivos feministas, gira en torno a poner un freno a los delitos de alto impacto, como la violencia intrafamiliar y el feminicidio entre otros temas, así como detener las terribles estadísticas que se vislumbran al cierre del 2021.
El reto es alto, pero esperamos que como sociedad podamos coadyuvar a fortalecer el entorno donde niñas, jóvenes, adultos y abuelitas tengan calidad de vida y pongamos fin a esta doble agresión.
Al tiempo.
Por Mayra Sánchez /@mayrusmayrus7
