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Las increíbles historias de Pixar

Julieta Cerezo

Definitivamente el mejor gancho de venta en la actualidad es la nostalgia, esa añoranza de pequeños instantes de felicidad que marcaron a generaciones completas, y que ahora es el ingrediente que las grandes casas productoras están aprovechando para retener en los cines y dispositivos con pantalla a millones de personas alrededor del mundo.

Y, a pesar de que la moda es desechable (cada semana hay una línea nueva de prácticamente todo lo que usamos), la comida es rápida y al iPhone lo “jubilan” cada año, los recuerdos son irremplazables.

Entre esos recuerdos, las nuevas y no tan nuevas generaciones fueron conquistadas por historias mágicas, unas más infantiles que otras, pero que al final persisten en el imaginario colectivo, precisamente, de estas historias permanecía la “cosquillita” por tener más aventuras de The Incredibles (Los Increíbles), cuya segunda parte llegó a los cines de todo el mundo casi 14 años después de la entrega de la primera película.

Pero detrás de The Incredibles hay una fascinante historia y comienza en 1995. Quien en ese año vio en la gran pantalla al carismático comisario Woody y al marcial astronauta Buzz Lightyear, no solamente atestiguó el inicio de una de las sagas cinematográficas (con una cuarta parte en producción) más grandes de la historia, también presenció el inicio de la nueva era de la animación: la digital.

Tan sólo en los Estudios de Animación Walt Disney, el cobijo precisamente de la compañía Disney a la entonces naciente casa productora Pixar, representó el comienzo del fin de la animación tradicional. Y es que Pixar revolucionó tecnológicamente la manera en hacer películas.

La aceptación del público ante la animación 3D fue tan grande que rápidamente el uso de esta técnica fue replicado por otras compañías, siendo DreamWorks la tal vez más grande competencia de Pixar.

 

Aunque eso fue hasta 2011, cuando los propios estudios de animación de Disney y ante la amenazante independencia de “la lamparita” de Pixar comenzaron a desarrollar su contenido 3D con éxitos brutales como Frozen Wreck-It Ralph, que no son exclusivas del sello Disney y cuyas segundas partes también están a la vuelta de la esquina (Frozen 2 en 2019 y Ralph Breaks The Internet en noviembre próximo).

Pixar debe gran parte de su éxito, principalmente, a cinco directores que son los que han estado detrás del mayor número de proyectos de este estudio: Brad Bird, John Lasseter, Pete Docter, Lee Unkrich y Andrew Stanton.

El hombre del momento es Brad Bird, quien encabeza a Los Increíbles 2 y dirigió la primera parte así como la emblemática Ratatouille, John Lasseter es uno de “los padres” de Toy Story (dirigió cinco cintas de Pixar como la primera y segunda parte de Toy Story), Pete Docter (Monsters Inc, Intensamente Up), Lee Unkrich quien acumula dos proyectos y uno de ellos es Coco así como Andrew Stanton, quien lideró los proyectos de Buscando a NemoWALL*E Buscando a Dory.

Pero el fenómeno mundial en el que se han convertido las cintas animadas digitales o de CGI de Pixar, no solamente fue gracias a la innovación en su tecnología, había “algo más”, ese “algo” que las ha mantenido por más de 20 años en el gusto y corazón del público.

Creo que ese algo fueron las historias, aquellas que nos hicieron creer en que nuestros juguetes tenían vida (y no querían matarnos, cuff, cuff… Chucky), que una familia regular podía ser un grupo de superhéroes; que los automóviles algún día dominarán la tierra, tendrán una vida fascinante y el mundo será su pista de carreras.

Que los monstruos dentro del armario existen pero son adorables, esponjosos y azules o chiquitos y verdes; que “todo el mundo puede cocinar”, no importa si mides apenas 20 centímetros y te criaste en una alcantarilla; que podías ser solo un pez en el mar pero, con la compañía adecuada, vivirías la mejor de las aventuras o, que en el más allá, alguien te cuida, te pide que lo recuerdes y que sí vendrá a comerse tu ofrenda en Día de Muertos.

Foto: ilustrativa web

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