El Poder Judicial del Estado de Puebla le apuesta al olvido, al paso del tiempo, al desgaste de las víctimas hasta que estas enloquezcan de dolor si están solas, como es el caso de Miriam Vázquez, de Huauchinango.
El pasado jueves 19 de octubre, Miriam y yo por fin pudimos reencontrarnos en la comunidad de Necaxa, en el municipio Juan Galindo, ubicado a dos horas y media de la capital poblana y a 30 minutos de Huauchinango.
El abrazo fue largo y fraternal. Por azares del destino acudí a esa comunidad serrana y nos reunimos por el lapso de dos horas. Comimos unas fritas de salsa roja y tomamos refresco de manzana mientras conversamos.
Miriam llegó acompañada de su hija Gianna, la más pequeña, quien también me abrazó fuerte. Las demás, Andrea, Paola, Ximena y Sherlyn se quedaron encerradas en su casa.
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El miedo acompaña a Miriam a todas partes. Siempre observa para saber quién está cerca. Me dice que su expareja y agresor, Ramón Caro Bones, sigue libre y sin reposición del proceso judicial por su probable responsabilidad en los delitos de violación equiparada, violencia vicaria, amenazas, sustracción de menores y tráfico de influencias.
La protección que a él le da su hermano Celestino Martínez Bones, juez de Oralidad Penal y Ejecución del Sistema Acusatorio Adversarial, Región Judicial Centro, con sede en la ciudad de Puebla, hace que Ramón siga comerciando con frutas y verduras en Huachinango, como si fuera inocente.
Miriam me cuenta lo lógico, no tiene dinero para mantener a sus hijas, no puede trabajar porque no hay quien cuide a las menores y ella teme que Ramón las vuela a raptar.
Después de comer entramos a la iglesia, la consideramos un punto seguro. Ahí le sugerí que vendiera esas deliciosas garnachas que acabamos de comer. Le conté que mi madre así se apoyó económicamente una temporada y que yo y mis hermanas la ayudábamos.
Miriam dice que si ella vende comida en la puerta de su casa, Ramón puede llegar y quitárselas ante los ojos de los comensales sin que nadie haga nada porque la familia del juez Celestino Martínez Bones es temida.
Me quedé callada. No hay nada más que pueda hacer ante el dolor de esta mujer que un día pensó que tendría justicia y que ahora es tachada de loca por intentar seguir con el proceso.
Tanto las autoridades ministeriales de Huauchinango como sus familiares y conocidos le dicen que ya se olvide de que Ramón violó y embarazó a su hijastra, Andrea, cuando tenía 14 años, y que las raptó más de medio año llevándoselas al norte del país.
Este sujeto, como muchos agresores que trafican con influencias o que son políticos, —como el caso del priista Víctor Hugo Islas Hernández, quien estuvo en la cárcel por violencia intrafamiliar en agravio de su exesposa, la diputada local panista, Aurora Sierra, fallecida recientemente de un paro cardiaco; o como el también priista Javier López Zavala, feminicida de la abogada feminista Cecilia Mozón—, le apuestan al olvido.
Al olvido de la sociedad, al olvido de los medios de comunicación, al olvido de las colectivas que un día acuerparon esos casos y al olvido de los procesos judiciales que son dilatados, adulterados o nulificados, como el caso de Ramón, cuyo delito, de violación se reclasificó a estupro y después se ordenó la reposición del proceso, algo que no ha sucedido.
Miriam y yo nos despedimos. Nos volvimos a abrazar muy fuerte, no sabemos cuándo nos volveremos a encontrar. Media hora después me envía una fotografía borrosa y me dice que es su camioneta, la que Ramón le quitó y que él va conduciendo con mercancía.
“Sé que luego creen que ya estoy loca, pero imagínate qué seguridad puedo tener si él anda por ahí como si nada”, me escribe.
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Miro la carretera y hago una oración por Miriam y sus hijas. Que Dios las proteja y exista justicia divina para ellas, porque claro está que la justicia del hombre no llegará.
¡Insurrectas en pie de lucha! Si tocan a una respondemos todas.