La corrección política o lo políticamente correcto inunda todos los días el internet de manera intangible, sin percibirlo, de a poco esta terminología acuñada de manera oficial entre los setentas y ochentas ha formado parte de las nuevas formas de conversación, inquisición y reacciones en las distintas plataformas de redes sociales, los posicionamientos y las estrategias de comunicación de figuras públicas y marcas.
Cada vez son más los ejemplos de esto y para muestra un botón. En días recientes Chumel Torres, el influencer, youtuber y comediante fue duramente criticado por su participación en un foro sobre discriminación organizado por la Conapred (Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación), su participación fue cuestionada debido a los distintos mensajes, chistes y burlas que el personaje había emitido sobre distintos temas relacionados.
El foro fue cancelado, la titular de la comisión destituida y el organismo entró en una fase de renovación que abrió nuevos temas de conversación; la discriminación, el clasismo y el racismo, también derivó en severas críticas hacia el Gobierno Federal y la cancelación indefinida del programa de Chumel en HBO.
La idea de lo políticamente correcto desde sus orígenes ha segregado o determinado lo que para unos es el lado correcto, lo que socialmente, moralmente o políticamente es lo ideal o adecuado para un momento determinado a través de un juicio de valor. Las redes sociales han sido participantes activos de esta conversación.
Previo al planteamiento de la modificación de conductas y lenguaje, lo políticamente correcto lleva al radicalismo, ocurrió con el triunfo o éxito en 2016 de Donald Trump que lo llevó a ganar las elecciones con sus mensajes y discursos “fuera de la caja”, un fenómeno similar ocurre en México; si apoyas al presidente Andrés Manuel López Obrador, eres chairo, sino lo haces eres un conservador fifí.
En este sentido, Chumel representa lo que no es políticamente correcto, se ha convertido en una válvula de escape, sin aparentes límites, es lo que la gente políticamente correcta no puede ser, es la voz del chiste que te callaste en la última reunión, la transgresión que omitiste en tu mensaje en redes, pero no sólo es él, son las fan pages de memes con innumerables likes, son las cuentas con miles de seguidores, los usuarios anónimos, las cuentas alternas de usuarios reales con avatares, las cuentas falsas de las redes sociales que siguen diciendo lo que no te atreves en persona.
La categoría de este fenómeno ha afectado la conducta y la carrera de distintos personajes que no pasan la prueba del carbono, ya lo vivimos con el payaso platanito, con el standupero Mau Nieto, el actor Sergio Goyri que criticó a Yalitza Aparicio, Horacio Villalobos, los miles de #Lords y #Ladys, así como un largo etcétera… hoy es Chumel, pero la catarsis de la inquisición de lo políticamente correcto también ocurrió con Tim Hunt, galardonado con el Nobel de Medicina en 2001 que luego de un chiste que no le cayó bien a las versiones anónimas del twitter dimitió de su puesto en el University College de Londres.
Un debate sobre el aborto en la Universidad de Oxford suspendido porque entre quienes iban a intervenir figuraban dos hombres. Facebook censurando cuadros clásicos, obras maestras del arte alabadas durante siglos, porque muestran desnudos. Rectores tachados de «fascistas» por fomentar la libre confrontación de ideas, un intercambio intelectual que irrita a los jóvenes delicados conocidos en el mundo anglo como la «snowflake generation», la generación copos de nieve, término que acuñó en 1996 la novela «El Club de la Lucha». O escándalos tan sonados como el de las niñas de Rotherham, en el deprimido Norte de Inglaterra: durante años un grupo de varones de origen paquistaní abusó de menores blancas de clase baja, pero a pesar de las denuncias de algunas funcionarias de los servicios sociales, la administración municipal laborista desoyó los avisos por temor a ser tachada de xenófoba y racista.
El término fue usado por nazis y comunistas para identificar conductas que se adherían con fidelidad a sus ideologías, y para separarlas de aquellas consideradas sediciosas. En los años 70 fue utilizado como un “chiste doméstico” por la izquierda de Estados Unidos, para ridiculizar a grupos que se oponían radicalmente a la pornografía. Con el tiempo, “corrección política” o “políticamente correcto”, se han convertido en frases de uso común en muchos debates en donde se abordan temas políticos, culturales y sociales.
Hoy, la corrección política se refiere por regla general a un conjunto de políticas, comportamientos, discursos y códigos de comunicación en las artes y en el habla oral o escrita, que están alineados con una intención de prevenir la discriminación racial, de discapacidad física, de género, de orientación sexual y de posición socioeconómica.
Los motivos de quienes apoyan la adopción de códigos de comunicación políticamente correctos tienen, desde luego, sus méritos. Es indudable que la discriminación en el lenguaje muchas veces lleva a la discriminación en los actos, y algunos dirían que hasta por “programación neurolingüística”; un cambio en el lenguaje conduce eventualmente a una evolución de las ideas de las personas y de sus patrones de comportamiento señala Benjamín Hill politólogo con maestría en administración pública de la escuela de Gobierno de Harvard.
Hill plantea que la corrección política ha ayudado a alimentar una suerte de hipersensibilidad ante la ofensa que muchas veces se convierte en un obstáculo, lo que ha ocasionado que este concepto se ridiculice restándole autoridad.
En contraste la corrección política para Axel Kaiser abogado, profesor universitario, analista político y escritor chileno de origen alemán, la corrección política es una práctica cultural derivada de ideologías de izquierda que busca reprimir y desprestigiar o censurar aquellas opiniones, figuras e instituciones que no se ajusten a una narrativa dominante, según la cual, la sociedad se divide en distintos grupos de víctimas que son oprimidos de distintas formas o sectores.
Esta definición convierte a lo políticamente correcto en algo más peligroso que una dictadura, un caballo de troya en las sociedades democráticas, y un catalizador de autocensura y nula contraposición de ideas.
Tolerancia es la única palabra que se me ocurre y una arraigada doble moral que lleva a criticar a Bárbara de Regil por decir “Ay qué prieta, que feo”, pero que se ríe de personas de origen indígena.
Sin embargo, esta conversación llevará a las redes, a la comunicación y por ende a la sociedad a establecer nuevos límites, menos fangosos para su crecimiento y entendimiento, evadiendo que sea la constitución de una doctrina que reacciona ante las cosas con una sensibilidad sui generis y evitando la discriminación o sustituyendo lo políticamente correcto por como decir las cosas sin llamarlas por su nombre. Ciego/ invidente, maricón/ homosexual, aborto/ interrupción del embarazo, son algunos ejemplos de avances, la crítica sin argumentación, un claro ejemplo de retroceso.
Este pues es uno de los mayores retos de los reguladores, los políticos y la comunicación como la entendemos ante una viralización nunca antes registrada, un termino que tendrá que ser incluido en las estrategias de los próximos contendientes a cargos de elección pública y de las marcas que se han subido en las tendencias de las conversaciones relacionadas con el racismo, el clasismo, la discriminación y la inclusión.
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