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Crónica de un simpatizante de AMLO redimido por la razón

En 2012 fui transformado en adicto a López Obrador y la adicción me duró algunos años. Aquí la historia. Por defecto de mi actividad profesional, tuve que presenciar un evento de campaña de AMLO cuando trabajaba para la candidata de la izquierda a gobernadora de Chiapas.

 

Lo reconozco, en ese momento estuve totalmente de acuerdo con el diagnóstico, que el entonces candidato hizo de la realidad nacional. Su retórica resultó envolvente, la emotividad de sus palabras y la contundencia de sus conceptos reverberaron en mi cabeza y me transformaron en su simpatizante.

 

En poco tiempo comencé a pensar y a actuar como un seguidor de AMLO. Que si el neoliberalismo, que si la minoría rapaz, que si el poder financiero internacional, que si la corrupción de la tecnocracia, que si el individualismo.

 

Todo tenía sentido en la medida que se acomodaba al modelo maniqueo prescrito por el discurso de López Obrador.

 

Si por algún accidente de la razón un problema público no se podía explicar por la dualidad amigo-enemigo del pueblo, era porque me faltaba información. Según el discurso convertido en crisol de la realidad, todos los problemas del país tenían que ser consecuencia de los abusos del enemigo del pueblo; la ambición desmedida de los neoliberales a quienes no les importaban las consecuencias que tuviera que pagar el pueblo, desvalido y humillado en la historia por una minoría mentirosa y corrupta.

 

Esa fue mi condición hasta septiembre de 2017 cuando el país sufrió los embates de 2 terremotos. Como ya sabemos que ocurre en esos tristes episodios, los mexicanos sacamos del armario nuestro espíritu solidario y nos movilizamos al rescate del prójimo.

 

Era imposible resistirse a las escenas de los niños aplastados en el Colegio Rébsamen, los edificios desplomados de la Ciudad de México y las miles casas de familias pobres que se derrumbaron en Morelos, Puebla y Oaxaca.

 

Todos estábamos con los sentimientos alterados, conmovidos. En ese entorno de emotividad colectiva, surgió la voz del político de oposición y presidente del partido Morena.

 

López Obrador ofreció “donar a la reconstrucción nacional” la mitad de los recursos que ese partido recibía como prerrogativas del gobierno. Fue una bomba colocada con toda intención para que estallara en el corazón del sistema político. El propósito de López Obrador no era y nunca fue ayudar a los damnificados del terremoto (luego quedó demostrado que esos recursos no se usaron para reconstruir nada), sino causar otro terremoto en el sistema político, al desatar lo que en ese momento me pareció un movimiento de supremacía moral del pueblo sobre la clase política.

 

Salí del trance casi tan rápido como entré, cuando comencé a observar las reacciones en redes sociales por la propuesta de López Obrador. Me di cuenta de que nadie sería capaz de aprovechar esa ola de linchamiento a la clase política, más que el candidato opositor que la ocasionó.

 

Fue una jugada sucia y perversa. Sabía, al igual que lo sé ahora, que ningún movimiento político que se alimenta de sentimientos de supremacía es democrático, todos conducen a la consolidación de un gobierno autoritario. Eso me hizo despertar. A finales de septiembre de 2017 publiqué un artículo sobre la supremacía moral que repentinamente se desató en millones de mexicanos.

 

Con el paso de los años y de los acontecimientos tengo más claridad sobre el fenómeno de la supremacía moral en el pueblo de AMLO. Se trata de millones de personas que vivieron por décadas en un hoyo caracterizado por el anonimato, sin un propósito claro en sus vidas, marginados de las oportunidades económicas, sin posibilidades de ser tomados en cuenta y utilizados por los políticos de uno y otro partido. Estaban sometidos a los poderosos.

 

Repentinamente les llegó el momento y tuvieron en sus manos, literal en el teléfono móvil en sus manos, la posibilidad de ser alguien superior a esos que los tenían sometidos. Puedo imaginar que fue y es una sensación delirante el poder insultar, sobajar y menospreciar a esos que consideran sus verdugos, aunque solo sea un sueño del que será muy doloroso despertar.

 

La realidad es que ningún mexicano es superior a otro y es inmoral hacer creer que esa superioridad existe. La manipulación colectiva a la que somete todos los días Andrés Manuel López Obrador a su pueblo con el señalamiento inquisidor al enemigo: fifís, conservadores, neofascistas, neoliberales, etcétera, es solo un guión retórico para mantener viva la ilusión de la supremacía moral. Ese pueblo bisoño ignora que detrás de las palabras de su amado líder hay un proyecto antidemocrático y autoritario que no los va a sacar del hoyo en que se encuentran pero sí terminará por quitarles libertades que hoy gozan.

 

Durante la campaña del 2018 muchos tratamos de razonar con los electores sobre las inconsistencias del mensaje de AMLO y lo que traería para el país si esas palabras se hicieran realidad. Desde luego que nadie era capaz de establecer un diálogo razonado en medio del delirio de la supremacía moral y el resultado fueron 30 millones de votos que lo llevaron a la Presidencia de la República. En aquel tiempo señalamos que el país entraría en una espiral autodestructiva con López Obrador al frente, hoy creo que nos quedamos cortos en nuestro pronóstico.

 

En solo un año de gobierno los resultados están a la vista:

 

– Cero por ciento de crecimiento económico. Caída en la inversión productiva. Incremento del desempleo y el subempleo. Caída en la confianza del consumidor. La mayoría de los indicadores económicos muestran retrocesos significativos con respecto al 2018.

 

– Incremento dramático de los homicidios dolosos y violentos. Los delitos del fuero común también aumentaron. Fortalecimiento de las organizaciones criminales. Número creciente de oficiales de las fuerzas federales sometidos, violentados y asesinados a manos de delincuentes. El Estado pierde batallas ante las organizaciones criminales como consecuencia de que no se les combate frontalmente, ni con el ejercicio legítimo de la violencia ni con inteligencia que destruya sus redes financieras.

 

– Fortalecimiento de las organizaciones sindicales magisteriales que mantendrá a millones de niños en la más infame ignorancia pero funcionales al régimen.

 

– Un nuevo entramado legal diseñado para disuadir, acallar o someter a la oposición política.

 

– Control sobre todas las instituciones que puedan significar un contrapeso al poder del presidente de la República.

 

– Miles de millones de pesos regalados a la gente para convertir clientelas electorales.

 

– Cientos de miles de millones de pesos gastados sin controles y en forma totalmente discrecional.

 

Dice el poeta francés Paul Valery que el espíritu es la capacidad de cambio porque ningún animal puede sobreponerse a sus instintos para modificar su realidad, solo el ser humano.

 

En mi concepción ese espíritu al que alude el poeta es la razón, entendida como la facultad del pensamiento que nos permite conocer los fenómenos por sus causas y anticipar sus consecuencias. Sirvan estas palabras para explicar cómo fue posible que la razón redimiera mi posición política y el tiempo demostrara que mis razones tenían fundamento.

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