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Ánimo nacional en el suelo: armonía por el poder

José Zenteno

El estado anímico que se vive en las postrimerías del 1 de diciembre, fecha en que formalmente Andrés Manuel López Obrador asumió el cargo de presidente Constitucional de todos los mexicanos, no es el que se esperaba.

A pesar de las encuestas que muestran un elevado respaldo al presidente electo, no encuentro esas manifestaciones de júbilo y esperanza que logren contagiar a las masas.

¿Cuáles son los factores que han desinflado el ánimo nacional? ¿Son variables externas al nuevo gobierno, al país incluso, o son consecuencia de las propias acciones de López Obrador?

México es un país acostumbrado a los fracasos y a la decepción colectiva. Desde el fútbol hasta la política nuestra historia es un catálogo de promesas incumplidas.

El dolor está inoculado en nuestro espíritu nacional, ese dolor que nos recuerda la frustración del “ya merito”, ese “jugamos como nunca pero perdimos como siempre”, es como un fantasma que deambula en el inconsciente colectivo.

Tenemos presente nuestra debilidad relativa ante el vecino del norte y las potencias europeas, del mismo modo que justificamos la corrupción de los nuestros y señalamos con dedo flamígero la del vecino. Somos una nación que vive una constante contradicción moral, histórica y cultural.

Desde luego que no todos están con la vista al suelo. Hay un segmento de seguidores duros de AMLO que equivale al 10 ó 15 por ciento de la población cuya expectativa es irracional y nada la puede derrumbar.

Para ellos López Obrador más que un líder político es el sumo sacerdote o incluso un espíritu iluminado. Los miembros de este grupo escribirán comentarios despectivos y llenos de ira ante esta columna, rechazarán cualquier argumento que asome alguna duda de las virtudes de su amado profeta.

Otro segmento que equivale también al 15 o 20 por ciento de la población está conformado por seguidores conversos que apoyan a Andrés Manuel por descarte, ya que lo encuentran el menos malo de los que hay.

Estos últimos lo ven como un líder político -no como el jefe de una secta- y esperan que cumpla, al menos, una parte de lo que prometió. Este grupo es escéptico pero favorable a López Obrador.

El tercer grupo es más numeroso, lo integra cerca del 40 por ciento de los ciudadanos mexicanos. Aquí la mayoría no votó por Andrés Manuel pero tampoco está en contra del presidente electo.

El segmento está conformado por un mosaico representativo de todas las realidades sociales que existen en México; ricos y pobres, educados e ignorantes, triunfadores y fracasados, población urbana y rural, etcétera.

Este grupo se identifica con aspectos aislados de la agenda política de López Obrador, principalmente en lo que se refiere a la necesidad de eliminar la corrupción de los gobernantes.

Por su tamaño y conformación, los miembros de este segmento son la manzana de la discordia entre el obradorismo y sus adversarios, y son ellos quienes han debilitado la sensación de algarabía por la llegada de Andrés Manuel a la presidencia de la República.

El cuarto y último segmento son los detractores de todo lo que se relaciona con López Obrador. Aquí están representados los intelectuales, académicos, periodistas, políticos y miembros de la sociedad civil que rechazan el sesgo populista del movimiento obradorista.

Aunque es una minoría, su influencia ha crecido entre los miembros del segmento vecino y representan un riesgo para López Obrador. Esa es la razón por la que el propio Andrés Manuel los ha señalado y bautizado como los Fifí’. Es la manera de marcarlos para convertirlos en el símbolo que sus seguidores deben combatir al defender las causas del pueblo bueno.

Esta es realmente la razón que explica la ausencia de manifestaciones colectivas de ánimo y esperanza a por la toma de posesión de López Obrador.

Lo dije en enero del 2018, luego en junio y ahora lo señalo a finales de noviembre: la estrategia legitimadora del obradorismo consiste en estimular la indignación y luego la confrontación social.

El ruido que provoca no admite el surgimiento de emociones positivas porque donde hay odio y discordia no puede florecer la esperanza. La estrategia es altamente eficaz para ganar el poder pero no será eficiente para reconstruir una nueva armonía social.

El gobierno que comienza obtiene su propia legitimidad mediante la deslegitimación sistemática del enemigo del pueblo. La retórica del régimen siempre incorporará señalamientos a la “mafia del poder”, la “minoría rapaz”, la “oligarquía corrupta”, porque la paradoja de su sobrevivencia consiste en mantener viva la idea de sus enemigos.

En las entrañas de su legitimidad reside el germen de su destrucción. El discurso oficial nos somete a un enorme estrés colectivo. Son tiempos en los que se intercambia la armonía por el poder. Ese intercambio contribuye a la violencia y a la destrucción del insipiente tejido social.

El juicio de la historia dirá si eso fue por lo que 30 millones votaron el 1 de julio de 2018.

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