Por Melissa I. Mendoza Bernabe
René Descartes en su libro “El discurso del método”, propuso y demostró a la humanidad un camino de análisis para la toma de decisiones basado en la comprobación de hipótesis utilizando el método científico.
El sentido fundamental de este procedimiento es la objetividad, que consiste en ignorar cualquier variable emocional o del entorno que condicione o predisponga la solución o respuesta, y así poder alcanzar una verdad.
En el siglo XXI, la realidad cuestiona este método, las problemáticas que enfrentamos son complejas, un ejemplo fue la crisis mundial sanitaria provocada por el COVID 19, que nos demostró cómo la ciencia puede alcanzar una solución desde procesos metodológicos, pero no puede evitar todas las consecuencias sociales, emocionales y económicas que afectan directamente a las personas. Enfrentamos un nuevo mundo donde la razón puede ser insuficiente para ciertas situaciones y en la que la percepción, se convierte en una brújula que acompaña el camino de los seres humanos.
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La manera en que las personas reaccionamos a ciertos sucesos o situaciones de la vida cotidiana, son una forma en la que hemos aprendido a responder a los estímulos emocionales que reconocemos dentro de nuestra experiencia. Este proceso natural sucede desde los tiempos de la prehistoria, donde sonidos específicos como el de imitar alguna ave, eran la clave para dar aviso y así activar la atención de los demás.
De manera similar, continuamos relacionando con estos estímulos día a día, y esto es una forma de comunicación con nosotros y con lo que sucede en el contexto.
El mundo vive un tiempo de cambios abruptos, Morin explica que la normalidad ahora es el caos, aprender a estar pendiente de todas las variaciones esperadas o no, es parte de las nuevas dinámicas que son consecuencia del desarrollo de la humanidad. En México, esta descripción empata con lo que observamos y sentimos; sin embargo, estas transformaciones aceleradas, dejan poco tiempo para que las personas puedan asimilar cada uno de los cambios, ya que apenas se está identificando uno cuando ya sucedieron otros más.
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Definitivamente esto afecta nuestro sentir interior, y como respuesta inmediata los vínculos con las otras personas, así como los espacios que ocupamos. No obstante, la alternativa esta justamente en el reconocer el diálogo sensorial que hacemos constantemente con la realidad y con la sociedad. Percibir, pareciera un proceso secundario, tan automático que prestarle atención incluso podría considerarse como algo innecesario, lo cierto es, que permitirnos sentir, es una gran opción para asimilar mejor los cambios repentinos que tiene esta época.
Fortalecer nuestra capacidad perceptiva es una forma de crear un equilibrio, y también desempolvar un poco los canales que nos conectan con la naturaleza y con los que aprendimos a entender nuestro alrededor. Es decir, los sentidos nos proveen de información que muchas veces pasamos por alto, y que solo en ciertos momentos pausamos para atenderlos, a pesar de esto, todo el tiempo están leyendo tanto lo que sucede dentro de nosotros como lo que está afuera, en este caso, podemos preguntarnos ¿Qué pasaría si tomamos una pausa para sentir?
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En un mundo donde las creaciones del ser humano quieren emular el sentir humano, percibir se convierte en una revolución, en una forma de dar un contra peso y que sobre todo nos provee de elementos para realizar un escáner desde otro camino, desde otra formar en lo que aparentemente ya conocemos, pero cambia constantemente. Analizar desde una reflexión interior para una toma de decisiones que, apuesta por el bienestar común, es una manera de transformar el presente para construir el futuro.
Referencias:
Descartes, R. (2002). El discurso del método. Planeta Mexicana.
Morin, E. (2006). Hacia un nuevo horizonte en la educación. Multiversidad Mundo Real.
La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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